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¿Piratas en el servicio de taxi en Atlanta? Tercera Parte

Bastó un recorrido por plazas comerciales de negocios hispanos en ciudades como Norcross, Doraville, Chamblee y Brookhaven, para que la vista hiciera fe.
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Como lo prometido es deuda y la promesa fue volver al tema de los conductores que supuestamente operan como taxistas ilegales en la Atlanta Metropolitana, MundoHispánico salió nuevamente a las calles para intentar equilibrar la balanza y darle voz a quienes, a todas luces, son los ‘malos de esta película’.

El objetivo lo establecimos en la segunda entrega de esta serie: abordar todos los puntos de vista posibles de esta aparente problemática, denunciada de manera anónima por un taxista, confirmada luego personalmente por varios de ellos, identificada como tal por empresarios y que supone una seria afectación a la comunidad.

Elementos en común

Solo bastó un breve recorrido por varias plazas comerciales de negocios hispanos en ciudades como Norcross, Doraville, Chamblee y Brookhaven, para que la vista hiciera fe. Allí estaban, eran fáciles de identificar a pesar de que intentaban mezclarse entre quienes hacen la misma labor, pero que tienen sus papeles en regla.

Señales para distinguirlos se sobran: anuncios lumínicos pequeños con el rótulo de taxi, ya sea en la parte superior del auto o en el parabrisas; diminutos logos a manera de identificación pegados o magnéticos, número de teléfono fijado en alguna parte del vehículo, sin taxímetro visible y mucho menos con placas comerciales de taxi.

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A diferencia de los conductores legales, quienes hacen ‘piquera’ en una suerte de grupos donde intercambian opiniones mientras cae una carrera o los clientes salen y suben organizadamente, los piratas nunca se detienen en una plaza.
Lentamente transitan y se acercan a puertas principales de negocios, como fiera que vigila a una presa.

Sin siquiera bajarse del vehículo, lenta la marcha y con el cristal de su puerta semiabierto proponen el servicio, sigilosa la voz, como para que nadie perciba su acto. Si logra montar al cliente, parte raudo y veloz en cualquier dirección; si un taxista legal descubre su intento, el pirata se hace el desentendido y sigue como si nada estuviera pasando.

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Causa y efecto

Relacionadas con la frase que sirve de subtítulo fueron las únicas palabras que dijo un joven veinteañero, después de sonreír con cierto sarcasmo, mientras escapaba a toda velocidad cuando la pregunta sobre los taxistas ilegales lo puso nervioso. Como quien la debe la teme, el muchacho no se atrevió siquiera a defender sus acciones.

Y como él hicieron al menos cinco conductores más -hombres y mujeres-, aparentemente piratas, cuando MundoHispánico intentó servirles de tribuna para que expusieran el por qué de su proceder. Solo uno se atrevió hablar a camisa quita’, sobre un asunto que calificó como una consecuencia -parecido al causa y efecto-, a manera de justificación.

Para Manuel -así le nombraremos- sus años como taxista legal le sirvieron de mucho para percatarse de que en ese negocio ganan más dinero los que, según su opinión, menos trabajan. Antes laboraba para un ‘patrón’, a quien pagaba una cuota semanal de 80 dólares por recibir carreras y operar bajo la autorización de su empresa. Hasta un día.

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“Una persona cualquiera crea una compañía, alquila una pequeña oficina -muchas veces sin condiciones-, contrata empleados en un país de Centroamérica para su central telefónica -a quienes paga en su moneda local- y luego uno va con el carro propio y le trabaja, así por así, yo rompí con eso”, comenta resuelto.

A través de los años, Manuel logró hacerse de clientes fijos -entre ellos ‘gringos’- pero de vez en cuando pasa por las áreas donde sabe que puede recoger personas. Si bien quitó de su vehículo la may comercial, el hombre ofrece a sus clientes todas las garantías, según asegura.

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“Mi comportamiento ha sido igual, educado, no falta el agua en mi carro -me muestra-, y a quien pregunta le explico mi estatus y mis razones y creo que me entienden”, afirma y continúa, como si adivinara la próxima pregunta: “Y declaro impuestos, eso no falta, lo hago como trabajador auto empleado”, lo jura por su Virgencita.

Entonces le platico de la competencia desleal a la que están expuestos los choferes legales, sobre cumplir con las leyes del país, acerca de la protección que debieran tener los clientes en caso de que algo sucediera en una carrera… y Manuel está consciente de ello, pero no convencido. Seguirá como pirata, “hasta que Dios quiera”, concluye.

Puntos de vista

De la literatura universal alabamos a un Robin de Locksley -Robin Hood- que robaba a los ricos para ‘darle’ a los pobres, pero a la postre robaba; y del argot popular inmortalizamos la frase ‘ladrón que roba a ladrón…’. De ahí el pensamiento de aquellos que infringen una ley, quienes sienten que toda acción es permitida cuando otro hace algo igual o peor.

Pero el problema de los taxis piratas en Atlanta no debe ser semejante a cuentos medievales ni justificarse con proverbios populares. Es una práctica deshonesta que supone un irrespeto a quienenos hacerlo y no pagar un precio por ello.

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